Retomo la escritura de monólogos, a casi un año del último.
Es como uno de esos recitales donde las bandas viejas, ya con mas reuma que
rock; se juntan a tocar sus antiguos éxitos. Esto es parecido pero sin éxito,
sin reuma, sin rock… y sin fines de lucro.
No voy a dar una larga perorata explicativa acerca de por
que deje de escribir, seria muy largo, me limito a este texto, aunque debo
explicar un poco lo previo para que se comprenda. ¿Se acuerdan de mi trabajo?
Supuse que no. La cuestión es que ese ya no lo tengo mas, ahora trabajo en un
local de ropa. Podría haber enganchado en un localcito de esos de moda (¡¡y
hasta tendría un “Vlog” seguramente!!), pero no, vendo ropa de señora y “talles
especiales” (léase carpas con lentejuelas). No es precisamente El trabajo
soñado… pero con esta crisis es lo mejor (y lo único que había). La cuestión es
que en estos momentos hago el turno de la mañana y sola, lo cual pone en mis
manos una terrible responsabilidad, la cual es la causa de que haya empezado a
escribir este texto. EL MANOJO DE LLAVES Y SU MACABRA AMIGA, LA ALARMA (leer
con voz de ultratumba y si se puede una linterna debajo de la cara).
Todo comenzó… algún tiempo atrás en la isla del sol… No,
mentira. Comenzó el domingo a la mañana, cuando iba cantando bajito y sin
auriculares hacia el trabajo, con mi enorme bolso lleno de anda a saber que
cantidad de cosas de mujer, y mi bolsito matero (un bolso de lona con el logo
de Violetta Fabiani bastante llamativo y muy poco elegante… bastante grasulin diría
yo) y escucho, a 20 metros de mi trabajo, la alarma. Con mi lógica de “son las
9 de la mañana” pensé que estaba apretando el botoncito de las llaves con algo
de la cartera, o que el Hombre Invisible estaba bailando tap adentro del
negocio. Como la segunda era muy poco probable, busque la llave y no estaba en
la cartera… estaba en el condenado bolsito matero, cuyo elemento principal, el
termo, se había volcado casi en su totalidad (en estos momentos agradezco que
el agua estuviera prácticamente fría o mi espalda lo recordaría con rencor),
sobre el aparatito de la alarma. Con desesperación lo saque de adentro del agua
que el maldito e impermeable bolso contenía cual bolsita de veterinaria que
vende peces, e inexplicablemente la alarma dejo de sonar. Sacudí un poco la
llave y entre, (el último “twit twit” que hizo la alarma indicó que se había
apagado, por lo que supuse que no me iba a quedar sorda cuando entrara). Nada
anormal.
Hago un paréntesis en la historia para explicar algo; mis
entradas al local no son muy tranquilas por lo general. Mi compañera de la
tarde tiene la costumbre de dejarme notitas con indicaciones, consejos y otras
yerbas, mas que notitas debería hacer un compilado titulado “el Evangelio según
(voy a mantener su nombre en el anonimato, llamémosla Señora X)”. A lo que
respondo cantando cada vez mas fuerte a medida que voy encontrando notitas, es
una buena terapia, la recomiendo.
Así que me dispuse a leer la notita de turno, bastante
extensa por cierto, y llena de recomendaciones del estilo “fijate que puse en
vidriera tal cosa”. Prendí las luces rutinariamente y desarme el cosito de la
alarma, al cual le había quedado misteriosamente la lucecita prendida (cosa que
no debería pasar). Lo abrí con una lima de uñas (¿como te quedo el ojo,
McGiver?) y deje las 4 piezas arriba de un trapo. ¿Qué iba a hacer? Mire la cerrajería
de un par de locales al lado, cerrado, obvio, domingo a las 9 y media de la
mañana, si quería hacerla arreglar iba a tener que esperar hasta el martes (entiéndase
que el lunes era feriado). Así que seque un poco los pedazos, los arme y, en
efecto seguía prendiendo la maldita lucecita que no se tenia que prender. Me
resigne y supuse que mas tarde, mas seco iba a funcionar. Hice tiempo, limpie
los vidrios y volví a probar, nada. La lucecita se seguía prendiendo como para
reprocharme el hecho de haber puesto la llave con el termo, un acto de idiotez
en el que no repare con lo dormida que estaba.
A continuación cometí el segundo error, del que me arrepentiría
el resto de la semana… llamar a mi compañera para avisarle que no me andaba la
alarma. Siguiente conversación telefónica, desgraciadamente verídica:
-Señora X: ¿Hola?
-Yo: Hola (…) ¿como estas? Te llamaba porque no me anda la
alarma y no se que onda, como voy a cerrar.
-Señora X, con voz de desesperación: ¿¿COMO QUE NO TE ANDA
LA ALARMA?? NO PUEDE SER, ¿COMO QUE NO TE ANDA? YO NO PUEDO ANDAR DE ACA PARA
ALLA, QUE VAMOS A HACER, COMO SE TE ROMPIO?
-Yo, arrepintiéndome desde lo más profundo de mi ser de
haber levantado el tubo: Si, se me mojo con el agua del termo, se me abrió el
termo en el bolso.
-Señora X, con tono apocalíptico: COMO, ¿EL TERMO? PERO LA
LLAVE TIENE QUE IR EN ALGO CERRADO, NO PUEDE SER, COMO TE VA A PASAR ESO, AHORA
COMO HACEMOS, ¿¿¿QUE HACEMOS??? NO, NO, BUENO, DEJA QUE SE SEQUE, PERO SINO VOY
YO, AY POR FAVOR QUE HACEMOS, QUE DESASTRE… (A esa altura ya mi cerebro estaba
viajando al sudoeste de Corea del Norte).
-Yo, en tono conciliador y calmo: quedate tranquila (…) si
cuando se seca no funciona, la llevo a arreglar el martes y mientras tanto
cerramos con la tuya ¿si?
-Señora X, en tono exasperado: Y SI, MAS VALE, MAS VALE,
BUENO, BUENO CUALQUIER COSA LLAMAME.
Colgué el teléfono con cierta sordera. El resto de la mañana
fue bastante plomazo, en especial porque estaba sola y carecía de mate,
recordemos que de todas formas, el agua que quedaba en el termo, estaba helada.
Y no le confío a ese cosito raro de plástico que metes en el agua y enchufas,
siento que, o voy a morir electrocutada tratando de desenchufarlo, o envenenada
por calentar el agua con algo de tan dudosa procedencia. Atendí a un par de
personas, lo normal. Que este talle no me queda, que este es chico, que este es
grande, que la caída, que si llevo dos cosas no me haces un descuento, en fin
lo normal.
Aproximadamente a las 12 del mediodía entran dos señoras de
unos 65 aproximadamente. Se probaron unas 43 cosas y no las convenció nada en
absoluto, que me queda chico, que me queda grande, que me queda feo, así que
mientras se acomodaban para irse, yo, detrás del mostrador, intente (a mi sola
se me ocurren esas cosas) armar la alarma a ver si de una maldita vez
funcionaba. No hice más que ponerle la pila y la desgraciada empezó a sonar
como nunca antes había sonado en la vida. Yo, desesperada como los Sims cuando
se les prende fuego la cocina y los bomberos no llegan, salí corriendo afuera.
Mientras tanto, imagine el lector por favor la situación, la gente de los 6
locales de alrededor mirando hacia mi puerta, y en concreto hacia mi, que salí
con los 4 pedacitos de alarma para intentar apagarla desde afuera, y las dos
señoras adentro del local, a las que yo les hacia señas para que salieran (si
hay gente adentro la alarma no corta) y no se movían, cual gárgolas
petrificadas mirándome con una bovina expresión, como si la alarma tuviera un
efecto hipnótico. Se ofreció a ayudarme la vecina del local de al lado, experta
en solucionar estas cosas y me dice “dame el cosito así la apago”. Su cara
cuando le di el pedacito de adentro del llavero y la pila (por separado), fue
indescriptible, pero al menos la pudo apagar (ahí fue cuando las señoras de
adentro salieron del trance místico y salieron despavoridas) y recomendarme
“dejala así y no la armes hasta que salgas”. Mientras me hablaba vi unas 15
personas que me miraban. Una total y completa vergüenza y, para todo esto ya
eran las 13:10, legalmente hacia 10 minutos que estaba haciendo tiempo extra,
así que me limite a pasar el trapo, nuevamente cantando cada vez mas fuerte un
coro viejo titulado EL JUSTO FLORECERA COMO LA PALMERA. Agradezco que no haya cámaras
en el negocio. Cerré, con cierta conmoción mental a esa hora (la verdad no se
si hice la caja o le escribí un soneto), envié un SMS a mi compañera avisándole
que la alarma ya funcionaba (no iba a pasar otra vez por el trauma del
teléfono, bajo ningún punto de vista), y salí. Apareció nuevamente mi vecina (le
debo por esto una docena de facturas, minimo) y me armo el aparatito. No me
pregunten como hizo, pero funciono, y sigue funcionando… y por las dudas, pegue
todo el termo con cinta scotch.
Hasta ahí mi relato del día de trabajo mas bizarro de mi
corta vida como vendedora de ropa de señora. Espero no volver a pasar uno
igual… o al menos que me de inspiración para un texto mejor.
(Llegué tarde)
ResponderEliminarMe hacés pensar que a veces la vida, más que sonreirte, se te caga de risa.